10.3.09

Estampas de la crisis (3 de 3)

Estampas de la crisis

Seguimos con la tercera y última parte de las estampas de la crisis (5-mar-09 y 6-mar-09). La de hoy es sobre una historia que se está repitiendo en muchos lados: el robo a trenes que llevan maíz y frijol consigo, robo a manos de hombres, mujeres, niñas y niños para tener algo qué comer.

A propósito de esto, el 30 de enero Reforma señaló:

“El robo de maíz en trenes de carga va en aumento. Mientras en el 2008 el promedio mensual de robo de ese grano en trenes fue de 35 toneladas, apenas en enero del 2009 ya van 700 toneladas hurtadas”.

“El incremento delictivo es tal que las compañías ferroviarias han informado a las empresas que contratan el servicio que estudian la posibilidad de eliminar su seguro de carga, por lo que, en caso de robo, indemnizarían sólo el 20 por ciento del valor de la mercancía robada”.

“La empresa Cargill, por ejemplo, reportó que durante 2005, 2006 y 2007, el robo promedio era de 85 toneladas; es decir, 2.5 toneladas por mes. De enero a septiembre de 2008, el robo se incrementó a 315 toneladas; o sea, a 35 toneladas por mes”.

“En octubre de 2008, se incrementó a 350 toneladas (en ese mes solamente). Para diciembre de 2008, el robo fue de 400 toneladas de grano”.

“En total, 2008 representa el robo de mil 353 toneladas de grano en tren”.

“Del 1 al 23 de enero de este 2009, el robo de grano registrado es de 700 toneladas. Todo proveniente de Sinaloa”.

En ese contexto, les presento extractos, estampas, de un reportaje realizado por Marcela Turati y publicado en el Proceso 1687 del 1 de marzo de 2009.


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“Apenas para comer unos días”
Marcela Turati*
Proceso, 1 de marzo de 2009


Celaya, Guanajuato. En todo el país aumentan los robos a trenes, en especial los que transportan maíz. Las empresas Ferromex y Kansas City Southern de México reportan constantes asaltos y robos, especialmente en los alrededores de Celaya, Guanajuato. Fue ahí donde el presidente Felipe Calderón presentó la semana pasada el proyecto del Libramiento Ferroviario, indiferente a los asaltos, a la violencia policiaca, al peligro que corren diariamente los empleados ferrocarrileros y al hambre de los habitantes de las colonias marginadas[…]

[…]María Jacoba Almanza comienza a salivar cuando pasa por las vías del tren. El camino está tapizado de granos de maíz en vez de piedras, y ella hambrienta.

–¡Mira qué bien harto de máiz! ¡Y ése es trigo, y ésa es cebada, verdad! –dice emocionada a su nuera, al nieto y a la vecina que la acompañan por esas dunas a veces amarillas y a veces rojas. Se agacha, toma un puño de granos con el cuidado de quien encuentra un tesoro, y le sopla para quitarle el polvo. Empieza a hablar de las tortillas que podría cocinar con ese revoltijo de granos y piedras.

–No agarre, al rato que nos trasculquen los policías nos lo van a sacar –le advierte su nuera, que está flaca y lleva una bebé en brazos.

Mientras más avanzan, más aumenta el coraje de doña Jacoba.

–¿En qué les perjudica que levántenos todos esos granitos, los cuélemos, lo muélanos y nos háganos unas gorditas? Como si a la gente pobre no nos hiciera falta. Nos tratan como perros, y no, no somos rateros, somos pepenadores –alega la doña furiosa; en la mano lleva una camiseta gris con manchas de sangre. Es de su hijo Jorge Arturo Almanza, encarcelado en el último operativo de policías municipales, estatales y federales contra las mafias de los robamáiz –como pronuncia ella–, que terminó convertido en razzia donde agarraron parejo[…]

[…]Es el kilómetro 289, colonia La Guajolota, y ellas son de la Santa Rita, donde el tren, avaro, no avienta nada.

Kilómetro 288. Cuauhtémoc
[…]“Llevan 15 días encerrados, los sacaron de la casa y de otros lugares, los están dando como banda organizada y naiden se conocen”, dice Rosa María Cerritos, la joven de 25 años que abre en la casa con paredes de ladrillo pelón y chorreadas de cemento petrificado, en la calle Avestruz. De ahí la policía sacó a su mamá, María Gasca (la mujer que los diarios señalan como la lideresa de la colonia Cuauhtémoc y posiblemente de los asaltatrenes) y a su hermano Gabriel, que esperaba acostado en la cama a que desocuparan el baño. Ella tuvo que llevarle zapatos a los separos, pues lo sacaron descalzo.

La misma Rosa fue detenida el día que “llegaron hartas patrullas”, “echaron varios balazos” y detuvieron gente.

“No estábamos haciendo nada malo, lo único malo es vivir junto a las vías”, dice. Y para probar los abusos policiacos muestra su pie hinchado, la puerta de lámina “desensoldada” y la queja que presentó ante la Subprocuraduría de Derechos Humanos y el municipio. En este documento se lee un resumen de los hechos:

'Llo iba a la tienda por un jabón para lavar fue en esos momentos que los policías me detienen y me empiesan a golpear y me suben a la patrulla con otros porque supuestamente habíamos rrobado semilla del tren (…) y me permiten salir porque observaron los golpes que me abían dado'.

Mientras se toca el cuello, Rosa María dice que la soltaron en el Ministerio Público porque una mujer policía que la quería ahorcar le dejó marcas en el “pescuezo” (“no me jaló el cuerito, nomás me dejó sangre molida, luego me esposaron entre cuatro y me metieron a la patrulla”), y ya dentro del auto conoció al resto de los miembros de la supuesta banda de su madre: unos albañiles de la colonia Santa Rita, capturados cuando “iban a un colado” y no estaban cerca de las vías[…]

[…]Pronto la entrevista con la familia Cerritos se convierte en un desahogadero de vecinos que llegan a su casa a relatar abusos policiacos. Como el de la adolescente Teresa Ferrer, a quien aventaron unos policías que se metieron a su casa para capturar a su hermano, y del jalón aventó a su bebé, que se golpeó en la cabeza (“estaba como trabándose”, dice la mamá-niña todavía asustada) y terminó en el hospital.

“El tren ya viene abierto de otras colonias, aquí hace el tiradero y nos acusan… Andaban dos viejitos en la pepenada y se los llevaron… Los policías llegan echando balazos… Nos gritan ‘rateras, muertas de hambre’ y muchas, hartas cosas… Se llevaron al Gansito por cruzar la vía… Dejan llevar granos a los que pagan… De Ferrocarriles se quieren desquitar con nosotros”[…]

Tramo 0. Ferromex
[…]Al pasar lento el tren por Celaya suben personas a cortar las mangueras del aire o cerrar las llaves que frenan los carros. Otros abren las góndolas. Los niños palean los granos para que no se traben. Entre todos recogen el chorreadero de semillas. El tren tiene que frenar para no descarrilarse.

A la altura de las colonias Santa Teresita (conocida también como La Guajolota), Emiliano Zapata, Cuauhtémoc, Tierra y Libertad, Mariscala, Héroes de Nacozari, y el tramo Villagrán-Celaya-Salamanca, roban chatarra, varilla, cajas de juguetes, papel higiénico, anclas, semillas, azúcar, leche, refrigeradores, fayuca, polietileno[...]

[…]En Ferromex no hay conductor, maquinista o garrotero que no tenga un relato peliculesco:
–Antes los niños nos decían adiós, ahora nos agarran a pedradas –dice un maquinista.
–En La Guajolota vive El Calavera, se dedica a parar trenes y entre todos le hacen su cooperación –dice un garrotero.
–La plaga de gente nos tira pedradas, ponen bardas de ladrillos en las vías, nos arrojan botellas con gasolina, hasta a balazos han querido frenarnos, y no conformes vienen a la máquina a quitarnos dinero, relojes, celulares –dice un maquinista que muestra las rejas de protección que tuvieron que instalar alrededor de los vidrios de la cabina, como si fueran taxis defeños.
–A un chavo el tren se lo tragó, lo partió, y el mismo día del velorio nomás escucharon que pasaba un tren con cemento y todos se dejaron ir. Ni eso respetaron. Un día abrieron el tren a hachazos.
–Cuando cortaron el tren en Crespo avisé a la estación por radio: “Estos pinches rateros ya nos tiraron el tren”, y uno de ellos mismos me contestó por la misma frecuencia: “¿Qué traes contra nosotros, cuáles pinches rateros?, orita vas a ver, ya sabemos quién eres”. ¡Nos tienen intervenidos![…]

[…]Tramo 234. Poblado de Crespo
Un joven, que supervisa cómo su esposa recoge los granos del piso, comenta socarrón: “Mejor nos dedicamos a robar al tren porque no hay trabajo”[...]

[…] “Da coraje que detienen pura gente que vive de pepenar y no a los que los abren (los trenes). Lo que quieren es quedar bien con el jefe. Llevan a la gente que ni la debe, cobran sus multísimas y tienes que conseguir prestado para salir de la cárcel.”[…]

[…]Antonio Rodríguez, el coordinador de Participación Ciudadana, explica que la mayoría de las colonias conflictivas son de extrema pobreza, lo que se traduce en violencia intrafamiliar, desempleo, carencia de servicios y desnutrición. Dice que los jóvenes que roban invierten lo ganado en drogas y se hacen adictos desde los 10 años. Está preocupado porque los niños ven el robo del tren como un oficio hereditario.

El antropólogo de la Universidad de Guanajuato Ricardo Contreras, explica que esas favelas celayenses están habitadas por personas que sufrieron las razzias que hizo el gobierno para “levantar” migrantes que se bajaban del tren y se albergaban en esas colonias, donde siempre les brindaban refugio.

“Les han tupido. El tejido social está muy endeble y de alguna manera (los lugareños están) resentidos porque ha habido abuso de poder. Hay mucho rondín y poca sensibilidad del gobierno.”

Con los primeros rayos de sol, familias completas de Crespo están sobre las vías, concentradas en “la barrida”, escarbando entre piedras para sacar los granos ocultos. No importa si es maíz para animal o para humanos, si los granos tienen insecticida o van revueltos con otras cosas. Ellos no discriminan. Llenan baldes. Todo sirve para paliar el hambre.

Sentada sobre un costal de yute para evitar los raspones de las piedras, está la anciana Juana Hernández.

–Tengo hartos nietitos que ahí están, a vuelta y vuelta, buscando trabajo desde que entró el año, que está de a tiro triste: con lo que queda de maicito ya que tenga uno para tortillas... –explica, mientras esculca la tierra con sus manos estropeadas.

Decenas de personas pepenan apuradas antes de que la policía las descubra.

–Tenemos que hacer la lucha por juntar la tortilla, desde hace como tres meses no halla uno ni trabajo de desquelitar el campo –dice un albañil que, como autómata, agarra maíz a puños y lo avienta a una cubeta.

–A uno por anciano no lo quieren en las empresas, pero aunque esté viejo de todos modos come uno –alega un exjardinero, “viejo” a sus 44 años.

Los pepenadores se distraen cuando ven la cámara fotográfica. Algunos se van a sus casas. Nadie quiere dar su nombre o mostrar su cara. Dicen que es la primera vez que recogen; los desmiente la agilidad de sus manos.

Una vecina que abre espacio entre el piedrerío se queja: “Lo que me llevo dura cuatro días, pa’ siete que somos y mis nietitas, con esa mala costumbre que tenemos de comer todos los días. Si sigue así nos vamos a morir de hambre”.

–Nos vamos a comer unos con otros –bromea otra mujer, sin dejar de rastrojar con los dedos.

Varios niños se tiran entre las vías a buscar granos escondidos. Uno de ellos está muy concentrado en la labor. La pregunta en esta situación suena necia: ¿Por qué no está en la escuela? Una mujer contesta, brava: “¿Qué carajos van a ir a la escuela si no alcanza ni para comer?”.


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* Reproducido con el permiso de la autora.

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