Influenza A(H1N1): un segundo balance
Ya se anunció el regreso paulatino a las actividades cotidianas y es buen momento para un corte de caja con las reacciones iniciales. Lo que ha ocurrido alrededor de la influenza A(H1N1) tiene varias aristas. Aquí se exploran dos: la oportunidad del Estado Mexicano en tomar medidas preventivas y la respuesta una vez declarada la emergencia.
Antes, una idea básica: emergencias como ésta ponen a prueba dos derechos, el de la salud y el derecho a un nivel adecuado de vida: el primero, debido a las infecciones y muertes a causa del padecimiento; el segundo, por las graves afectaciones en la vida económica que provocan la enfermedad y las medidas para controlarla. En el primer círculo el gobierno pudo más o menos contener el brote de la epidemia. En el segundo, a juzgar por la parálisis que por decreto afectó a millones de mexicanas y mexicanos, las medidas preventivas fracasaron y tardaron en llegar.
Son dos las medidas que el Estado pudo haber tomado de contar con la información para hacerlo. La primera, aislar comunidades donde se detectó el brote ya que es mucho más fácil contener pequeños grupos de población que aislar ciudades, de manera que la contención hubiese sido mucho más efectiva. En el segundo grupo, se pudieron haber tomado medidas de higiene personal (sin llegar a los cubrebocas) como aprender a estornudar, lavarse las manos, hacer conciencia a los que tuvieran síntomas de influenza o gripa sobre la posibilidad de contagiar a otros y sobre la necesidad de modificar sus actividades cotidianas. Todo esto sin siquiera contemplar el cierre de escuelas o detener la vida económica del país (turismo incluido).
Los reportes señalan que había un incremento inusual en los casos de influenza desde marzo e incluso se detectaron dos muy atípicos a inicios de abril: uno en la ciudad de Oaxaca y otro en la comunidad de La Gloria, en Veracruz. Del primero la información fluyó desde que se trataba de una clínica de mejor nivel que el resto del estado; y el caso de La Gloria fue detectado desde la presión de la comunidad que relacionó los casos de enfermedades respiratorias con una irregular operación de las granjas Carroll, problema que venía de tiempo atrás. Es decir, por presión política. Hasta ahí.
Reportes de la prensa indican que éstos no fueron los únicos episodios relacionados con la influenza A(H1N1) a principios de abril. Otros más simplemente fueron mal diagnosticados, quizá por tratarse de un virus nuevo, pero también quizás por la falta de preparación de México ante un fenómeno como éste.
La mala preparación no se debió a la inexistencia de planes, ahí estaba el “Plan Nacional de Preparación y Respuesta ante una Pandemia de Influenza” donde el gobierno estimó que podrían morir 200 mil personas, con 25 millones de consultas y 500 mil hospitalizados en un escenario de 35 por ciento de la población infectada, que era probable. Pero la respuesta de un sistema de salud de suyo saturado, sin preparación, fue natural. Ahí están las historias de mala atención y falta de equipo mínimo para las y los profesionales de la salud que pululan en medios nacionales e internacionales, con la honrosa excepción del hospital naval. Esta mala atención, cabe insistir, es provocada por un problema estructural del sistema de salud, no de una supuesta mala fe de doctores y profesionales de la salud.
Pero al no cumplir con los propios objetivos del Plan, también se contribuyó a no detectar a tiempo el problema. El Plan mencionado estableció el objetivo de la “autosuficiencia en desarrollo de conocimiento científico, nuevas técnicas de producción de vacuna, tratamientos antivirales alternativos, y establecimiento de convenios con instituciones de educación superior”. En cuatro años el gobierno no se acercó a estos objetivos, ya que dependió de laboratorios extranjeros para determinar la existencia de la ahora famosa cepa A(H1N1) perdiendo tiempo precioso. Incluso el Washington Post (26/04/09), y confirmado por Celia Alpuche, del Instituto de Diagnóstico y Referencia Epidemiológicos (INDRE), reveló que las muestras de las personas infectadas no se llevaron primero a Estados Unidos por trámites burocráticos y por ello el gobierno mexicano decidió llevarse las muestras a Canadá, perdiendo tiempo otra vez.
De nuevo con el Plan, ahí se detalla la celebración de simulacros para identificar fortalezas y debilidades en la estrategia gubernamental. La población en general nunca tuvo conocimiento de qué hacer hasta que el problema era de grandes magnitudes. Para casi toda la población, incluyendo a la del Distrito Federal, este tema de la influenza, en esta magnitud, fue completamente nuevo, sin saber qué hacer ni cómo actuar. Evidentemente para ellos no fueron creados estos simulacros.
Pero el último de los factores que pudieron contribuir a la tardanza en la respuesta gubernamental fue el pésimo flujo de información al interior del sistema de salud. Una vez desatada la emergencia, el propio secretario de Salud reconoció –sin precisar– que en algunas entidades la recolección de muestras a los pacientes tuvo inconsistencias. “De repente se toman, de repente no”, dijo (La Jornada, 3/05/09). Pero antes de la emergencia, no se contaban con los historiales clínicos que tuvieran un mínimo de datos que fueran de utilidad para detectar tendencias en el comportamiento de los casos atípicos de influenza. En la “Era de la información” esto suena frustrante.
Y vino la emergencia.
Hay que decirlo, parece que las medidas gubernamentales han funcionado para evitar una mayor propagación del virus. En breve tiempo se detuvo el crecimiento exponencial de los casos y comenzó su disminución.
No obstante, el costo puede ser altísimo, sobre todo en un contexto de crisis económica, lo cual se desentrañará con precisión en breve tiempo cuando las cifras de la actividad económica y del desempleo lo permitan. Por ahora, y sin considerar los efectos de la influenza, la situación económica es delicada: la semana pasada Estados Unidos anunció que su economía cayó por segundo semestre consecutivo ahora por -6.1%, mientras que el Banco de México estimó que en el primer trimestre la economía mexicana cayó hasta -8 por ciento.
(haga clic sobre la imagen para agrandarla)
La ciudadanía se comportó a la altura. No entró en pánico dada la naturaleza y lo impredecible del virus. Le dio al gobierno el beneficio de la duda y los rumores, que siempre aparecen, no pusieron en riesgo la viabilidad de la ciudad ni del país. Por su parte, el buen sentido del humor hizo más llevadera la situación. El voto de confianza que otorgó la ciudadanía se refleja en las encuestas: 75.4 por ciento de la población considera que las medidas que se están tomando son las correctas e incluso un 10.6 por ciento considera que deberían tomarse medidas más fuertes. Sólo un 12.5 por ciento cree que el gobierno está exagerando (Mitofsky, 4/05/09). ¿Por qué voto de confianza? Porque estas cifras no reflejan lo que el gobierno está aportando: acorde con la misma encuesta, 44.7 por ciento de la población considera que el gobierno oculta información y un adicional 6.7 considera que la información la están exagerando. Poco más de la mitad de la población no cree en la información del gobierno.
Y la falta de información es un punto muy débil identificado en esta crisis: el gobierno tardó en dar cifras confiables, revelando que tomó decisiones sin tener todos los elementos en la mano. La danza de las cifras fue alarmante en un inicio. Tampoco ofreció al inicio una dimensión del problema: en los primeros ocho días de la emergencia nunca presentó una estimación de los daños económicos y, lo más importante, una estimación del número de infectados y muertos por el virus. Cabe señalar que el mismo “Plan Nacional de Preparación y Respuesta ante una Pandemia de Influenza” contenía tales escenarios desde 2005, y el gobierno no los publicó para contextualizar la naturaleza de sus decisiones relacionadas con la reciente emergencia. También tardó en dar un perfil de las víctimas y, dando pie a suspicacias, señaló al Distrito Federal como principal foco de infección simplemente por el número de víctimas, sin considerar si, dada la centralización de los servicios de salud en el D.F., efectivamente quienes murieron eran vecinos de la ciudad de México o provenían de otras regiones, lo cual permitiría tomar medidas adicionales y oportunas.
Con el tiempo la información comenzó a fluir de manera más consistente a partir de definiciones de la OMS y la delimitación a casos confirmados. Los portales de la Secretaría de Salud tanto federal como del Distrito Federal mejoraron en sus contenidos y oportunidad de la información. Pero cabe destacar, a decir por el propio Secretario de Salud, algunos estados de la República sobreestimaron el número de infectados y de víctimas mientras que otros ocultaron información para no trastocar la vida económica de sus estados. Mal por la Secretaría de Salud por no cumplir con su función de coordinación, rectoría y supervisión y pésimo por lo entidades federativas por su irresponsabilidad. En cualquier caso, la descentralización de los servicios de salud ha tenido un costo sin que se tomaran las previsiones para eliminar o mitigar sus defectos.
En tanto, en los primeros días los medios (principalmente radio y televisión) se dedicaron a informar sobre las medidas para la protección personal, su intervención fue principalmente para reproducir los mensajes gubernamentales y, en el caso de la radio y las transmisiones especiales de Canal 11, para recibir y canalizar las preocupaciones de la gente, lo cual también ha implicado ser un espacio para la denuncia ciudadana. Los medios impresos, a su vez, pasaron de reproducir los mensajes oficiales, de mensajes de protección en los primeros días, a realizar reportajes de investigación, opciones para el manejo del tiempo en los hogares, tomando un papel relevante en las conferencias de prensa y tratando de abarcar todos los aspectos que se vieran afectados e implicados por la emergencia. Los medios internacionales tuvieron la insistencia e independencia de confrontar al gobierno en sus argumentos y de ser, también, un espacio para la denuncia. En cualquiera de los casos, su participación en la formación de opinión a unos días de la emergencia es marginal: de acuerdo con Mitofsky, 84.5 por ciento de la gente se ha estado informando de la epidemia a través de la televisión, 7 por ciento por la radio y sólo 1.8 por ciento por los medios impresos. Las conversaciones con amigos, familiares, conocidos y vecinos representan un 3.6 por ciento. Internet, que no fue medida por Mitofsky, puede estar dentro del 3.1 por ciento que refiere a “otras” fuentes de información.
Finalmente, no puede dejarse pasar el exhorto de Felipe Calderón para quedarse en casa. Lo dijo así: "yo quiero exhortarlos a todos, a todos sin excepción, que en estos días de asueto que vamos a tener, en este puente que irá del 1 al 5 de mayo, te quedes en tu casa con tu familia; porque no hay lugar más seguro para evitar contagiarse del virus de la influenza porcina que tu propia casa". En ese discurso pronunciado el 29 de abril, más allá de este párrafo, el gobierno mostró lo que entiende por ciudadanía: aquella que se queda en su casa, inmóvil, dócil, a la espera de las decisiones de su gobierno, el que sí es capaz. Esta idea, apuntalada por quienes señalan que “no es el momento” para criticar, evaluar, analizar a las sacrosantas instituciones, refuerzan la intención de que la crisis pase por un “no pasó nada”, "se hizo lo que se pudo", "le echamos ganas", y "no pasó a mayores". Punto final... o habrá que esperar, la sociedad también juega un rol en todo esto.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
La ventanilla: para el desahogo, las dudas, las reclamaciones y las sugerencias. (Para prevenir spam, todos los comentarios son moderados por EChPm)