14.7.10

Notas sobre las “Seis propuestas para el próximo milenio”

Por Alberto Serdán Rosales (2003)*

Dejar al futuro algunas propuestas para su uso y disfrute es un ejercicio de reflexión sobre lo que no funciona o lo que puede funcionar mejor en el mundo. Ese es el hilo conductor de Italo Calvino al elaborar sus “Seis propuestas para el próximo milenio”. Si bien se trata de una serie de conferencias cuyo fin es dar un panorama general sobre la literatura, éste esfuerzo resulta un buen pretexto para dar paso a inquietudes, dudas y esperanzas que la trascienden, aunque trate de cosas que sólo la literatura puede dar, por ejemplo, las ideas de 1) levedad, 2) rapidez, 3) exactitud, 4) visibilidad, 5) multiplicidad, 6) el arte de empezar y el arte de acabar.


A diferencia de los libros milagrosos que anuncian “los siete valores para…”, “los siete hábitos de…”, “Diez medidas eficaces para…” etc.; las “Seis propuestas…” de Calvino superan la abstracción de un número. Supera adicionalmente a un recetario fácil para obtener la felicidad. Simplemente son ideas que él considera “caros” (queridos) para el próximo milenio. Sin pretensiones, sin altiveces.

A fin de darle contenido a tales propuestas, el autor repasa a Balzac, Baudelaire, Boccaccio, Borges, Bruno, Campanella, Cardano, Cavalcanti, Cervantes, Conrad, Cyrano de Bergerac, Dante, De Quincey, Dostoievsky, Epicuro, Euclides, Flaubert, Gadda, Goethe, Hawthorne, Henry James, Kafka, Kant, Kundera, Leibniz, Leopardi, Lucrecio, Monterroso, Novalis, Ovidio, Petrarca, Pico della Mirandola, Poe, Proust, Shakespeare, Swift, Tolstói, Turguéniev, Valéry, Whitman, Wittgenstein y Zola.

En cierta medida, Calvino utiliza la literatura como Perseo maneja a Medusa en el rechazo a la visión directa. No se trata de un rechazo a la realidad del monstruoso mundo donde vive, realidad que lleva consigo y asume como carga personal. Es la visión de un escritor–observador de su milenio; no lo hace de forma directa sino a través del espejo de la literatura en general y la poesía en particular.

Al explicar su postura sobre la levedad, el escritor establece tres líneas fundamentales: el hilo que une a la luna, Leopardi, Newton, la gravitación y la levitación; el de Lucrecio, el atomismo, la filosofía del amor de Cavalcanti, la magia renacentista y Cyrano; por último, la escritura como metáfora de la sustancia “pulverulenta” del mundo.

La levedad puede llegar a ser apariencia que revela su propio peso insostenible, ante ello sólo la vivacidad y la movilidad de la inteligencia escapan a esta condena. La pesadez del mundo debe disolverse, sea a través de la literatura o de la ciencia (visiones atomistas y supremacía del software sobre el hardware) . Newton estimula la imaginación literaria no por el condicionamiento de todas las personas y las cosas a la fatalidad de su propio peso, sino al equilibrio de fuerzas que permite a los cuerpos celestes flotar en el espacio, nos dice Calvino.

Es algo creado en la escritura y lo importante es la levedad del pensar, la cual existe así como todos sabemos que existe una levedad de lo frívolo; más aún, ésta levedad puede hacernos parecer pesada y opaca la frivolidad. La complejidad del mundo hace que para entenderla mejor debemos ver ésta complejidad a través del espejo de la levedad, como Perseo. En oposición a la pesadez, la levedad… “lo que muchos consideran la vitalidad de los tiempos, ruidosa, agresiva, rabiosa y atronadora, pertenece al reino de la muerte” (p. 27). Por ello miraremos al nuevo milenio con el ágil salto repentino que se alza sobre la pesadez. En ese sentido la literatura es entendida como función existencial, la búsqueda de la levedad como reacción al peso de vivir.

A pesar de estas afirmaciones, Calvino tiene claridad en dos vocaciones opuestas en la literatura: una tiende hacer del lenguaje un elemento sin peso que simplemente flota; la segunda tiende a comunicar al lenguaje el peso, lo concreto de los cuerpos y las sensaciones. Ante ello ofrece: i) un aligeramiento del lenguaje mediante el cual los significados son canalizados por un tejido verbal sin peso hasta adquirir la misma consistencia enrarecida; ii) el relato de un razonamiento o de un proceso psicológico donde obran elementos sutiles e imperceptibles, o una descripción cualquiera que comporte un alto grado de abstracción; iii) una imagen figurada de levedad que cobre un valor emblemático (pp. 31–32).

En cuanto a su segunda propuesta –la rapidez– no considera que la velocidad sea un valor en sí: el tiempo narrativo puede ser también retardador o cíclico o inmóvil. En cualquier caso el relato es una operación sobre la duración, un encantamiento sobre el transcurrir del tiempo, contrayéndolo o dilatándolo. Para él, discurrir quiere decir razonamiento, es correr: rapidez, agilidad del razonamiento, economía de argumentos y la fantasía de los ejemplos. Lo importante es extraer consecuencias no demostradas y llevar cada idea hasta sus últimas consecuencias.


Italo Calvino pasea con su bicicleta. (Foto: Carla Cerati, tomado de www.elmundo.es)

Según Calvino, en una época donde triunfan otros medios velocísimos y de amplísimo alcance, donde se corre el riesgo de achatar toda comunicación convirtiéndola en una costra uniforme y homogénea, la función de la literatura es la de establecer una comunicación entre lo que es diferente en cuanto diferente, sin atenuar la diferencia sino exaltándola, según la vocación propia del lenguaje escrito. Asimismo valora que el tiempo es empleado en la literatura con comodidad y distanciamiento; “cuanto más tiempo economicemos, más tiempo podemos perder” (p. 58).

Este siglo de la tecnología ha impuesto la velocidad como un valor mensurable. Enfatiza: la velocidad mental no se puede medir y no permite confrontaciones o competiciones, ni puede disponer los propios resultados en una perspectiva histórica. La velocidad mental vale por sí misma, por el placer provocado en quien es sensible a este placer, no por la utilidad práctica que de ella se pueda obtener. Un razonamiento veloz no es necesariamente mejor ante un razonamiento ponderado, todo lo contrario; pero comunica algo especial cuya justa residencia es la rapidez.

Rapidez de estilo y de pensamiento quiere decir sobre todo agilidad, movilidad, desenvoltura; cualidades todas que se avienen con una escritura dispuesta a las divagaciones, a saltar de un argumento a otro, a perder el hilo y reencontrarlo una y otra vez.

A final de cuentas, nos dice Calvino, se trata de apurarse lentamente (festina lente). De tener prudencia pero con pasos firmes, siempre avanzando con rapidez pero con certeza: obtener la inmediatez a fuerza de ajustes pacientes y meticulosos.

Sobre la exactitud Calvino establece tres bases: i) un diseño de la obra bien definido y calculado; ii) la evocación de imágenes nítidas, incisivas, memorables; iii) un lenguaje lo más preciso posible como léxico y expresión de los matices del pensamiento y de la imaginación.

El autor estalla ante el uso indebido, casual, negligente y aproximativo del lenguaje. El pésimo manejo del mismo es característico de este siglo; manifestándose como pérdida de fuerza cognoscitiva y de inmediatez, como automatismo que tiende a nivelar la expresión en sus formas más genéricas, anónimas, abstractas; a diluir los significados, limar las puntas expresivas y apagar cualquier chispa que brote del encuentro de las palabras con nuevas circunstancias. Sólo la literatura puede salvar de ésta situación. Sentencia: “la peor plaga de la escritura de hoy es la vaguedad” (p. 123).

Este es buen momento para recordar a Karl Kraus quien estuvo plenamente comprometido con el lenguaje, incluso lo situaba como agente de cambio. “Una sociedad que no cuida el lenguaje está perdida, quien lo hace tiene un arma vital”. Saber cómo escribir es lo importante. El lenguaje y el arte son el vehículo de las dimensiones estéticas. El lenguaje sólo se ocupa de un segmento de la realidad, el resto es silencio. El silencio que a cada momento rodea la desnudez del discurso es una ventana, no un muro. “Hablar es decir menos”. Implora silencio en medio de la gritería: hay que amar la palabra.

La palabra es la persecución perpetua de las cosas, adecuación a su variedad infinita. Hay quien cree que la palabra es el medio para alcanzar la substancia del mundo, la substancia última, única, absoluta. Más que representar esta substancia, la palabra se identifica con ella. Por otro lado hay quien entiende el uso de la palabra como un incesante seguimiento de las cosas, una aproximación no a su substancia sino a su infinita variedad.

Tiene razón Calvino al señalar la urgencia de salvar a la literatura de la peste en que está sumida el lenguaje, también en denunciar la misma situación en las imágenes cuya forma y capacidad de contener muchos significados es avasallada por la inmediatez y la fatuidad.

“Pero quizá la inconsistencia no está solamente en las imágenes o en el lenguaje: está en el mundo. La peste ataca también la vida de las personas y la historia de las naciones vuelve informes, casuales, confusas, sin principio ni fin, todas las historias. Mi malestar se debe a la pérdida de forma que constato en la vida, a la cual trato de oponer la única defensa que consigo concebir: una idea de la literatura” (p. 69). Adicionalmente propone hacer un esfuerzo por expresar con la mayor precisión posible el aspecto sensible de las cosas, por un lado, y reducir los acontecimientos contingentes a esquemas abstractos con los que se pueden efectuar operaciones y demostrar tareas.

Calvino destaca el paso de la palabra a la imaginación visual como vía para alcanzar el conocimiento de los significados profundos. La imagen como la comunicación con el alma del mundo. No así la imaginación como instrumento de conocimiento aunque no por ello dejan de coexistir conjuntamente. Sin embargo, el autor opta por un tercer acercamiento a la imaginación: como repertorio de lo potencial, de lo hipotético, de lo que no es ni tal vez será, pero que hubiera podido ser.

Nos alerta del peligro de perder la capacidad de enfocar imágenes visuales con los ojos cerrados, de hacer que broten colores y formas del alineamiento de caracteres alfabéticos negros sobre una página blanca, de pensar con imágenes; buscar que éstas sean cristalizadas en una forma bien definida, memorable y autosuficiente. Calvino nos invita a ser creadores cinematográficos: el guionista es quien imagina en realidad, el espectador sólo ve las imágenes.

Ante la saturación de imágenes prefabricadas propone: i) reciclar las imágenes usadas en un nuevo contexto que les cambie el significado; ii) hacer el vacío para volver a empezar desde cero. A final de cuentas, explica, todas las realidades y las fantasías cobran forma con la escritura.

Por otro lado, Calvino está convencido de la importancia de abarcar muchos campos del conocimiento. La excesiva ambición de propósitos puede ser reprobable en muchos campos, no así en la literatura. Allí lo desmesurable tiene cabida; debemos ser osados, atrevidos. “Desde que la ciencia desconfía de las explicaciones generales y de las soluciones que no sean sectoriales y especializadas, el gran desafío de la literatura es poder entretejer los diversos saberes y códigos en una visión plural, facetada del mundo” (p. 114). Significa relacionar los diferentes discursos, métodos y niveles. El conocimiento como multiplicidad es el hilo que une las obras mayores, pero no renuncia a la singularidad, lo que nos compone son precisamente las experiencias, las “enciclopedias” personales, experiencias, informaciones, lecturas e imaginaciones; el cosmos puede buscarse dentro de cada uno como caos indiferenciado, como multiplicidad potencial. Hacer hablar no sólo al yo individual sino entrar a otros yoes y darle voz a lo que no tiene.

El autor puntualiza la importancia de saber concluir e iniciar las obras. Para ello deben conocerse las reglas (así uno es libre). Para él todo comienzo es el instante de distanciamiento de la multiplicidad de los posibles, desprenderse de las historias posibles, del sentimiento indiferenciado para aislar la historia a contar o las sensaciones que coincidan con las palabras. El principio es la entrada a un mundo completamente distinto e incierto. Por otro lado, el final realmente importante pone en entredicho toda la narración, la jerarquía de valores que informa a la novela.

Por último, Calvino concluye: “Entre los valores que quisiera se transmitiesen al próximo milenio figura sobre todo éste: el de una literatura que haya hecho suyo el gusto por el orden mental y la exactitud, la inteligencia de la poesía y al mismo tiempo de la ciencia y de la filosofía” (p. 119).

La obra literaria es una de estas mínimas porciones en las que el universo se cristaliza en una forma, en las que cobra un sentido, no fijo, no definitivo, no atenazado por una inmovilidad mortal, sino vivo como un organismo. A su vez, la poesía es hija y enemiga del azar al mismo tiempo porque sabe que el azar siempre triunfará. Toda historia está por contarse pues la palabra debe revivir. Olvido y memoria son entidades complementarias, donde el sentido de la vida es lo que podemos captar en las vidas de los demás que, para ser narradas, se nos presentan consumadas, selladas por la muerte: como fondo, la eternidad.

Defender la literatura es un deber que todos debemos emprender, ya no para salvar a la humanidad, simplemente para hacer la vida más amena, para darle sentido, para pensar la eternidad y saber qué hacer el domingo en la tarde, para poder soñar y para favorecer a la decencia que tanta falta nos hace.

Nota a quienes les dejaron de tarea hacer un resumen de este libro: El autor agradece la reproducción de este texto siempre y cuando se cite la fuente y se le dé el crédito correspondiente sea a la totalidad del texto o alguna de sus partes.

Calvino, Italo, “Seis propuestas para el próximo milenio”, 2a edición, Ediciones Siruela, España, 2000, 155 pp.

1 comentario:

  1. El artículo me ha resultado de lo más provechoso para mi clase, (estudio literatura); y es por eso que me he resuelto a dejar mis solemnes gracias. Cabe mencionar que tuve que leer la obra puesto que pronto tendré que exponerla, y este artículo me ha servido para poder asir mejor, para comprender completamente, las ideas de Calvino expuestas en su obra. En cuanto a la citación, veré la manera de dar el respectivo crédito al autor de este artículo en mi lista de referencias.

    ¡Mil gracias!

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