Es evidente que son vastísmos los temas y textos que podrían recogerse de nuestro querido Monsi. Este me pareció peculiar pues aborda uno de los tópicos de los que suele ocuparse este blog: la pobreza. Llegó a mis manos gracias a Daniela Rea.
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Por Carlos Monsiváis
El Universal
13 de diciembre de 2009
El refrán antiguo no ha perdido vigencia: “Pobre del pobre que al cielo no va,/lo friegan aquí, lo friegan allá” (En atención a la decencia de siglos puse “friegan” en lugar de “chingan”, como en la expresión original).
Esto se relaciona con los datos del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval), que el 10 de diciembre da a conocer cifras a modo de plazas sembradas en dispositivos de exterminio.
Según el Coneval, hasta 2008 sólo 18 por ciento de los mexicanos —19.5 millones— disponían de los ingresos suficientes para vivir y tenían a su favor todos los satisfactores, de acuerdo con la Medición Multidimensional de la Pobreza. Con su traición habitual, las cifras desmienten a los gobernantes, desde Vicente Fox que aseguró haber erradicado la pobreza hasta Felipe Calderón, que da por resuelta la crisis y luego se declara abrumado por la condición de sus gobernados.
Con base en información del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), de 2006-2008, el Coneval encontró a 77.2 por ciento de los mexicanos con al menos una carencia social y a 30.7 por ciento que acumulan tres. Además, 16.5 por ciento se sitúa por debajo de la línea de bienestar mínima y 48 por ciento —una de cada dos personas — tiene un ingreso inferior a la línea de bienestar. El Presidente del Empleo es ahora el Mandatario de la Injusticia Social.
Según la medición multidimensional, el bienestar (ingreso) tiene que ver con la cohesión social y la carencia de derechos sociales —educación, acceso a servicios de salud y a la seguridad social, calidad, espacios de vivienda y servicios básicos en el hogar y alimentación. De acuerdo a esta metodología, una persona se instala en la pobreza cuando sus ingresos no le permiten adquirir los bienes y servicios indispensables para atender sus necesidades y presenta la carencia de al menos uno de los seis indicadores.
En cuanto a la población en pobreza multidimensional moderada (el término no es fácil de entender, pero lo que describe debe ser imposible de soportar), 33 por ciento de los pobladores está en ese nivel, es decir, 36 millones de mexicanos padece entre una y tres carencias sociales, además de que cuentan con menos de los ingresos ubicados dentro de la línea de bienestar que son de mil 262 pesos mensuales en el campo y de mil 921 en la ciudad.
Conviene decir que la cultura, un bien indispensable, no es tomada en cuenta como satisfactor, quizás porque resulte evidente (y fatal, en la lógica de los gobiernos) su característica de recurso inconcebible en el mundo de los escasos recursos.
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Además de las realidades aparatosas hay que tomar en cuenta el darwinismo social que se presenta como fatalismo y que es aceptado incluso por sus víctimas. Revísense las expresiones “que no dejan salidas”, a partir de la inexorable “Eres pobre porque quieres”, tan repetida por empresarios y denostadores de la idea de la desigualdad como hecho inevitable de la vida humana.
Allí están otras afirmaciones de la inutilidad de la resistencia: “No te quejes de las condiciones de tu empleo, alégrate hasta las lágrimas de tener uno/ Dios nos recomendó el esfuerzo, tú te conformas con trabajar de sol a sol, y eso no es esfuerzo sino terquedad: Dios no te recomendó la rutina/ El perdón de Dios sólo alcanza a los que no rezongan por el salario mínimo/ Ayúdate que Dios te ayudará. Sí, pero Dios no ayuda a los que con tal de que no les digas flojonazos, trabajan como bestias/ Los pobres viven mal porque no quieren cambiarse de colonia/ Más vale rico y sano que pobre y enfermo/ El triunfo es un arca de Noé donde se entra de par en par y no con once hijos, la mujer, tres queridas que viven en el mismo edificio, la suegra y dos compadres a los que todavía no se les quita la borrachera. Si esta descripción te parece clasista y racista, consíguete una mejor.
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Las certezas del darwinismo social, o fatalismo, no han aceptado refutaciones: “Si naciste en la base de la pirámide, acostúmbrate a ser siempre un migrante pero de tus alrededores. Con las excepciones que son dones de la suerte o de la ilegalidad, la movilidad social no es lo tuyo. Ah, y por ilegalidad sólo se entiende la que se practica desde abajo”.
Hasta aquí lo habitual, pero la Crisis (la crisis), lleva el paso redoblado que no detendrá el 2010, no obstante los exorcismos de los gobiernos (las frases sólo blindan a las palabra que las componen). ¿Cuál es el porvenir del darwinismo social?
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¿Qué entiendo aquí por darwinismo social? Si no el proceso de erosión o destrucción de las alternativas de valoración, sí el peso de las formaciones tradicionales (el conservadurismo religioso, el clasismo, la ideología patriarcal) a las que se añaden los mecanismos del poder autoritario, de los quebrantamientos educativos y de las industrias culturales. Nada se puede hacer —es el mensaje transmitido de múltiples formas en los siglos del virreinato— si eres indio o mestizo; nada es posible, se decreta en el siglo XIX, porque vives en este caos que ni siquiera es nación; todo será inútil, se proclama en el siglo XX, si no perteneces a la élite o si no tienes sitio de privilegio en la movilidad social.
El fatalismo es un elemento primordial de la visión de la pobreza: “Ser pobre es no poder dejar de serlo”. Desde el llamado de los curas del virreinato que le exigen obediencia y resignación a los indígenas y los pobres urbanos, el fatalismo ha convertido las limitaciones económicas y sociales en rasgos de la idiosincrasia personal y colectiva. Si la desigualdad es rasgo inalterable de las sociedades, quienes la combatan fracasan de antemano. Y aquí no se debe olvidar a los políticos que a nombre del combate a la pobreza se promueven a sí mismos con intensidad, para no hablar de los protectores de la nación en el orden jurídico. Los magistrados del Tribunal Electoral ganan cuatro millones al año, es de esperar que por su defensa de los pobres.
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Allí está la letra del vals peruano: “Mi sangre aunque plebeya/también tiñe de rojo… Señor, ¿por qué los seres no son de igual valor?”. O el infaltable José Alfredo: “Yo sé bien que estoy afuera/Pero el día en que yo me muera,/Sé que tendrás que llorar”.
Los epitafios sobran.
Escritor
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