6.6.09

Nacer en México, 2009 (parte I) / Por Antonio Juárez

Desde hace tiempo quería compartirles este hermoso relato del nacimiento de mi sobrino Joaquín. Su papá, Antonio, el doctor Toño, se las arregló para escribir esto que él amablemente comparte con l@s lector@s de El Chicote Postmoderno.

Preparando el texto para su publicación en el blog, leí la terrible noticia de Hermosillo, Sonora: 30 niñas, niños, bebés perdieron la vida en un incendio dentro de una guardería. Dudé entonces en compartir el relato.

No obstante, lo hago en memoria de este nuevo grupo de angelitas y angelitos, con un enorme abrazo fraternal y solidario para sus familias. Lo hago para celebrar la vida, que es más importante que cualquier otra cosa; y también lo hago para celebrar que en estos días la vida misma nos ofrece el regalo del asombroso milagro que es nacer y recordarnos lo importante que es aprovechar cada instante.

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Nacer en México, 2009 (parte I)
Por Antonio Juárez

En este año 2009 parece ser que la mala vibra del Olimpo contra los mexicanos vio llegar su hora. Supongo que, hartos los dioses de la clase política mexicana, decidieron enviar una caja de pandora “reloaded”: Crisis mundial, un virus mutado de influenza no apto para hipocondríacos, terremotos, elecciones intermedias (con un baño visual inclemente en las calles, de las carotas de los candidatos a diputaznos, atisbándonos con sus caras zorrunas mientras esperamos el cambio de semáforo).

La bronca es que, además de los politicuchos y banqueros, en este país también habitamos y tratamos de prosperar los sufridos mexicanitos. Imagino que a una escala cósmica Júpiter no se iba a poner a distinguir a la hora de repartir plagas y nos las aventó a todos, parejas, este año.

En fin, a pesar de esto y lo que se acumule (esperemos que, como resarcimiento a tanto cataclismo el Pumas gane la copa de la liguilla 2009), en este preciso año, en el mes de mayo, llegó al mundo Joaquín.


Ciudad de México, 18 de mayo, 8:40 pm.

Después de un proceso de labor que inició en la madrugada, y que Gaby atenuó con numerosos masajes, balanceos en pelota y música, a las 8:40 pm. vino al mundo Joaquín, ayudado por las manos de un cirujano que tenía un parecido extraordinario a un oso polar con tapabocas y por Ángeles, la ginecóloga-talibana (en versión cariñosa) de Gaby.

El parto de Gaby fue lo más cercano a un gol extraordinario en una final de Mundial que, a la mera hora, no termina en la red porque empieza a llover. Me explico, después de una labor de parto de libro de texto (siempre he admirado y querido a Gaby, pero si es posible, la admiro y quiero aún más después de la labor de parto), a unos centímetros de salir Joaquín se vio atorado por su cordón umbilical, el cual era corto. Este acto fortuito, que no se le puede achacar a nadie, fue sólo un minúsculo error estadístico en el contexto del prodigioso fenómeno que fue el que Joaquín se formara a partir de dos células diminutas.

El asombro de esta génesis compleja es tan grande, que no me cabe en las palabras ni en la escritura. Este asombro, de haber visto a Joaquín formarse (visto con la ayuda de ultrasonidos) no se puede explicar con facilidad. Esa complejidad es prueba material de los miles de millones de años que ha tomado a este planeta generar seres vivos que, como nosotros, y los animalitos y plantas que habitan la tierra, somos una colección de asombros y milagros, integrada justamente durante millones de años.

Por si fuera poco, el acto mismo de nacer implica una serie de eventos tan radicales como pasar de la circulación del cordón a la circulación pulmonar, el inicio del metabolismo por el hígado, la apertura de los pulmones contra una presión bárbara; e implica que, después de ver el nacimiento de Joaquín, ahora mire con cierto respeto a los transeúntes y congéneres, aunque me rebasen por la derecha. Todos nosotros, hace más o menos tiempo, tuvimos que hacer estos esfuerzos supremos (y complejos) para ganarnos un lugar en la vida.

El prodigio de nacer es tan frecuente que no nos sorprende, como no sorprende que la fusión ocurra ininterrumpidamente en el sol, o que las bacterias fijadoras de nitrógeno nos alimenten a todos, ni que la fotosíntesis se realice, día a día, en su porfiada conversión de luz en alimento. Acompañado de esta sensación de milagro y complejidad, la noche en que Joaquín nació se borraron las crisis, el virus de la influenza, las caídas de la bolsa, los terremotos premonitorios, las compañías de seguros: Quedó, simplemente, el testimonio encarnado en este pequeño bebé de que la vida es un milagro impresionante, de que somos un polvo estela decantado por eones de tiempo, en un mar de complejidad asombrosa y cotidiana.

En fin, esta pequeñez del cordón, de la que hablaba antes de mi disgresión cósmica, se resolvió fácilmente con una cesárea, emprendida por el Oso polar con tapabocas y por Ángeles.

(mañana se publicará la segunda parte de este relato)

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