Contaminación en el río Santiago
A propósito del Foro Mundial del Agua, celebrado en Estambul en marzo pasado, se publicó un post en este espacio relacionado con el derecho humano al agua. Ahí se apuntó:
"...[Como señala la activista Claudia Campero] hay otras formas de privatización del agua (privar a alguien de un derecho), como es el caso de la contaminación del agua. Quienes viven en Minatitlán o Coatzacoalcos pueden constatar que es imposible que el Río Coatzacoalcos dote de agua potable a esas comunidades: el río está tan contaminado, que nadie se atreve a tomar agua de ahí. O el caso más dramático, el Río Santiago que recibe la contaminación de las industrias del estado de Jalisco, como puede verse en el video que les comparto. Ahí puede constatarse cómo la gente literalmente muere a causa de la contaminación de este río, sin que las empresas privadas asuman su responsabilidad por los tóxicos que descargan y con un gobierno federal y local criminal e inhumano por su negligencia. Han muerto muchas mujeres, hombres, niñas y niños. Tan sólo Miguel Ángel López de 8 años murió por caerse en ese río y no por ahogarse, sino por intoxicación de arsénico y metales pesados días después de haberse caído ahí. El asunto no es que el agua se "vaya a acabar" (ahí están los ríos, ahí hay agua), sino la que hay no está para consumo humano. Y de eso hay responsables sin castigo..."
Ahora, Milenio Diario ofrece una nueva historia relacionada con el río Santiago y con su contaminación que comparto con las y los lectores de El Chicote Postmoderno. Si quieren saber más sobre este caso, pueden acudir al IMDEC (Instituto Mexicano para el Desarrollo Comunitario, A.C. –la página tarda un poco en cargar, sean pacientes, no dejen de visitarlos y seguirles la pista), el MAPDER (Movimiento Mexicano de Afectados por las Presas y en Defensa de los Ríos) y la COMDA (Coalición de Organizaciones Mexicanas por el Derecho Humano al Agua).
De hecho, se realizará la Cuarta Asamblea Nacional de Afectados Ambientales en El Salto, Jalisco, el 30 y 31 de mayo de 2009, convocado por una gran diversidad de comunidades, pueblos, colectivos y organizaciones sociales. Más información en la página de MAPDER.
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Atrapados entre sangre de puerco y el tóxico Santiago
Jesús Estrada Cortes
Milenio Diario
25 de mayo de 2009
* Habitantes del barrio Cantarranas denuncian olvido del gobierno mientras la contaminación mantiene enferma a buena parte de los vecinos. El cáncer ya es un tema frecuente en las conversaciones.
* Sangre y vísceras provenientes del rastro porcícola van a parar por las noches a unos metros de las casas de Cantarranas.
Guadalajara.- Lo describen como un lugar idílico. Los hombres vivían de la abundante pesca del río Santiago, las mujeres conversaban por las mañanas a la orilla mientras lavaban la ropa, y los niños nadaban y jugaban en las tranquilas aguas cerca del imponente Puente Grande. Pero 25 años de industrialización sin control dejan huella, y en el barrio de Cantarranas el único recuerdo que queda de aquellos tiempos es su nombre. Aquí ya no cantan ranas, sólo zumban millones de zancudos que se reproducen en la roja descarga de sangre que baña las tóxicas aguas negras del Santiago.
Aparentemente, el proceso de degradación ambiental y social en este barrio de la población de Puente Grande (municipio de Tonalá) parece similar al que han vivido otras comunidades por la contaminación que se genera alrededor del río Santiago, como El Salto o Juanacatlán, y lo es. La diferencia es que aquí los pobladores enfrentan un triple problema: la extrema cercanía con el río, adonde caen por las noches descargas combinadas de aguas residuales, sangre y vísceras provenientes de un cercano rastro porcícola, y el estancamiento de esta agua por la represa que forma la central hidroeléctrica de Puente Grande.
El punto medular de esta tóxica combinación está pegado a la cancha de futbol donde todos los días decenas de niños del barrio juegan y se entretienen, hasta las 19:00 horas, porque es entonces cuando los millones de zancudos que nacen en la porquería decretan el toque de queda.
Pero ese día la población decidió desafiar a la plaga, porque aquí a la gente le urge salir del olvido al que la someten los gobiernos. Poco antes de la hora del encierro obligado, se solicitó una entrevista a una de las vecinas para conocer los problemas ambientales y sanitarios del barrio. En diez minutos se congregaron más de 30 mujeres queriendo contar sus historias.
“Esa sangre que cae allá es a diario, viene del rastro El Edén [en la parte alta de Puente Grande], es pura sangre líquida, pasa uno y huele horrible. Hay veces que se tapan los drenajes y tienen que quitar las coladeras para destaparlos y toda esa cochinada se viene corriendo por la calle”, comentan Evelia Lozano y Juana Vega, mientras recordaban que hace casi cuatro meses se tapó el drenaje donde arrojan las descargas del rastro y un tsunami de sangre y vísceras bañó las calles del barrio hasta caer al río, haciendo que más de un vecino terminara “vomitando porque no se aguantaba la pestilencia”.
Una vez en el río, el olor a sangre se disipa con los aromas a “huevo podrido” que emana del Santiago, “eso es por el acido sulfúrico que arrastra”, le explica Salvador Salcedo a una de sus vecinas. “Mi marido trabaja en una granja agrícola aquí más arriba, en la madrugada me dice ‘qué feo apesta el río, cierra la ventana, huele peor que los puercos’”, comenta por su parte María Delgado.
Y es que los olores, así como las nubes de zancudos, se filtran en las humildes casas del barrio todas las noches.
Tos y manchas perpetuas
Las consecuencias directas del contacto directo con las fétidas aguas son los problemas respiratorios y de la piel, lo que casi todos los 30 vecinos congregados han sufrido.
“Mi hija por un piquete de zancudo le salieron muchos granos en los pies y duró mucho tiempo enferma. La llevé con un dermatólogo, me preguntó inmediatamente si aquí cerca había alguna contaminación muy fuerte. Le dije que sí, que vivíamos junto al río. Yo también tengo mucho tiempo que no me puedo aliviar de la garganta. Me arde mucho y con cualquier cosita me pega mucha tos y se me tapa la nariz. Fui al centro de salud y fue lo primero que me preguntó el doctor, que dónde vivía, le dije junto al río, ‘no señora, pues qué se gana tomando medicina si ahí tiene la contaminación, cuándo se va aliviar’”, contó Paula Ibarra Pérez.
De inmediato, las mujeres y algunos niños comenzaron a mostrar la variedad de lesiones que tenían en la piel, manchas color rosa, otras más oscuras y algunas que parecían costrosas.
David Águila Orozco es médico particular de la comunidad desde hace trece años, y cuenta que “los problemas respiratorios más agudos se dan en tiempo de invierno, en esa época ve uno, por decir algo, de diez a quince casos al día, y dermatitis son un poco menos, unos 20 casos por semana”. Considera que hay una relación directa entre estos padecimientos y el grave problema de contaminación en la región.
Puente Grande tiene 5,477 habitantes (dato a 2005 del INEGI), pero en el barrio Cantarranas viven cerca de 300 personas, según los cálculos de los propios vecinos.
En las tenazas del cangrejo
—A mi mamá le dio cáncer de seno hace cinco años, le cortaron su seno. Nunca dijeron la causa.
—Por parte de mi mamá, mi tía Carmen, mi tía Adela, creo que por parte de mi familia unos cinco han tenido cáncer, todos viven acá.
—A mi suegra también le cortaron su seno, ella vive hasta allá arriba en la cabecera del pueblo.
La conversación la mantienen Mónica Cervantes y María Eugenia Cruz, dos jóvenes madres que viven en el barrio. El cáncer es un tema bastante común en las pláticas de los vecinos, y la mayoría de los aquí reunidos conoce al menos a una persona que ha padecido alguna variedad de esta enfermedad, y, según calcula Silvia Martínez, la incidencia comenzó a elevarse hace unos diez años.
—¿A cuántas personas con cáncer conoce usted?
—El niño de ella tuvo, su hermana también, la señora de la tienda de la esquina…
“Exigimos que limpien esto”
En pleno periodo de contingencia sanitaria, ninguno de los presentes en la espontánea rueda de prensa trae cubrebocas, porque la epidemia del A-H1N1 es lo menos que aquí importa. “Dice uno tanto escándalo por lo de la influenza pero el río nos está afectando más y las autoridades no se preocupan por cómo nos están afectando los zancudos y la contaminación, ya no hacen nada”, se queja la señora Cruz Padilla.
Casi todas las paredes de las casas de este lugar ya están pintadas con propaganda electoral. Sentadas junto a un muro donde se pide el voto por un candidato, las mujeres reclaman que “sólo en las campañas vienen por aquí las autoridades a fumigar. Dos políticos han venido ya con sus papelitos, prometiendo que van a fumigar, que el río se va a limpiar y no hacen nada”.
Aunque saben los peligros y los daños a la salud que les causa la contaminación, la mayoría de los vecinos se niega a mudarse, “porque no tenemos recursos”. Esta es una comunidad de clase trabajadora, donde los escasos ingresos provienen de jornaleros del campo, albañiles u obreros.
“Nosotros le pedimos a las personas a las que les corresponda que nos ayuden, que nos limpien el río y que las personas que echan sus aguas mugrosas que pongan sus plantas tratadoras, a las industrias, a los rastros a todos ellos, que pongan sus tratadoras”, exige Paula Ibarra. “¿Adónde nos vamos a ir? Esto va a ser un pueblo fantasma al rato. Los gobiernos vienen pero nada más nos prometen, son puras promesas, ya estamos cansados, queremos hechos”.
La entrevista termina abruptamente, porque ya casi a las 20:00 horas la densa nube de zancudos es insoportable y las numerosas picaduras obligan a los reunidos a encerrarse en casa al amparo de las plaquitas antiplaga.
“La situación es más grave que en El Salto”
Todos los materiales contaminantes que arrastra el río Santiago en su recorrido desde los estados de El Bajío, sufriendo cientos de descargas porcícolas, industriales y residenciales, se acumulan en Puente Grande.
En opinión de Graciela González Torres, integrante de la asociación ambientalista Un Salto de Vida, los habitantes del barrio Cantarranas tienen “una exposición aunada” a la contaminación del río Santiago, “porque tienen obradores de carne de cerdo. Eso genera gran cantidad de bacterias en ese pedacito del río. Nosotros [en El Salto] estamos expuestos por todo lo demás, pero a ellos se les agrava por la sangre y las vísceras que avientan al río”.
El problema adicional en este lugar es que “ahí el río está estancado” debido a que se forma una represa en la Central Hidroeléctrica Puente Grande. Los habitantes del barrio “tienen una afectación muy severa porque además el área de recreación del barrio está pegada al río. El año pasado la inundación por las lluvias llegó hasta las casas y el campo de futbol estaba afectado. Entre doce y quince niños que se nos acercaron nos mostraron las ronchas” que les salieron en los días posteriores.
Pero Graciela González opinó que los habitantes de este barrio “están más alertas” ahora porque tienen la ventaja de conocer el origen de la contaminación. “Ellos sí pueden ver quién les está ensuciando su zona, visualizan y conocen quiénes les están haciendo el daño directo”. Por eso, la comunidad está comenzando a organizarse en torno a los problemas ambientales y sanitarios.
Sobrevivientes del cáncer
Rita Reynoso
Habitante del barrio Cantarranas
“Aquí he vivido desde que nací. Antes estaba muy bonito esto, salían así los pescados. Ahora ya está bien feo. Mi hijo, que acaba de cumplir doce años, tuvo cáncer de hígado, lo tenía encapsulado, pero ya se alivió. Lo primero que me preguntaron los doctores era si vivía donde había aguas negras, así que corrieran y que el niño las oliera, yo les dije que vivía cerquita del río Santiago. Yo creo que sí tiene que ver la contaminación con la enfermedad. Más que nada la preocupación que tenemos es por los niños.”
María del Rosario Nuño
Habitante del barrio Cantarranas
“Hace siete años a mí me quitaron un seno por cáncer, ahora sigo en tratamiento. Tengo un apuro porque me están saliendo unas ronchas en el hombro, aquí las tengo pegadas, y pican, estoy poniéndome pomadas desde hace como un año pero nada que se alivia. Vivo aquí a media cuadra [como a 200 metros del río Santiago] y por eso no me gusta venir para acá [margen del río] porque sí me da miedo. Tengo otra hermana a la que también le quitaron su seno, por cáncer”.
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