17.4.09

Un día en Kamakura / Por Alberto Serdán

Un día en Kamákura

Para Claudia

Hase Desa es el lugar de los deseos. Hase Kannon escucha paciente, entiende y observa. Tiene ojos para todos, oídos para todas. Hase Kannon espera que tú hables con el corazón.



Hay una princesita durmiendo detrás de una cortina verde. Se acompaña de sus palabras viejas. Con fondo dorado. Con telas necias. Son su almohada y sus sueños: vuelan y juguetean. Es Kamákura.



Las niñas y los niños cantan. Es su día y cuelgan papeles en los bambúes. Son papeles de colores que vuelan con la brisa del mar. Son deseos. Y cantan. Cantan con las notas básicas, simples del arpa y la flauta. Al pie del templo.



Es una pequeña terraza de bambúes escondidos entre flores y jardines. Serpentean veredas y aguas entre tamarindos y bichitos. Aquí, pequeño y silencioso, es el lugar para los enamorados. Es Kamákura.



Ahora bailan con sus vestidos largos. Vuelan con sus telas blancas, con sus movimientos lentos, con sus sonrisas francas. Con sus ojos largos, son ellas las que bailan en el templo.



Es el mar, la mar, la que viene y va, la que es un sueño, la que se oye y engendra mitos, la que acoge al que se hunde en ella, la que acompaña, la que inspira, la que vierte su espuma, la que regala sonrisas, la mar, la inmensa y transparente mar. La mar de Kamákura.




Acaba el día y hace hambre.

Se dice y se cuenta que dominan la organización. Quizás no. Pasan los minutos sin llegar la pregunta “¿qué desea ordenar?” Y murmuran, o como si murmuraran, “ahorita, no tarda”. Tarda, tarda, tarda un poco. No sé qué sea lo que me ofrecen en la carta, pero todo lo que sea “deep fried” debe ser bueno.

Se pide “fatty tuna”, “toro” le dicen acá. Atún rojo, rojísimo hecho sushi. Es de ensueño, pero quitarle el wasabi fue como quitar la salsa a los tacos. Así reclamaron los marchantes.

Ella perdió su interés. Él perdió su atención. Le hizo un origami, le pagó la cena, le contó historias y/pero hablaba y hablaba. Ella, agobiada, terminó mandando mensajes por el celular. Y también en Japón.

Podría ser sinfónico, pero sólo es ruido. Los lugareños hacen ruidos, muchos ruidos, cuyos decibeles aumentan en forma directamente proporcional al tamaño de ese enorme bocado de noodles. Y aumenta.

Ella mira un poco. Ajena, extraña. Él usa sus manos para dar vida a un cisne, algo parecido a un cisne. Ella frunce el ceño, voltea a su alrededor pidiendo, implorando. Él sigue observando a su criatura de papel. Ella mira su celular.

Ahora el pescado sigue sin llegar. Lo olvidaron, apenas pudimos comunicarnos. Es Kamákura y no se habla inglés.

Él sigue hablando, ella me voltea a ver. Él parece a punto de acabar. Ella abre su bolsa. Ella se levanta y se va. Y “supón que ya eres mi canción”, escribió Silvio Rodríguez.

El mundo es uno y son muchos. Así siempre, sabiéndolo o no, somos una sola especie. Aún de ojos largos, aún de piel morena. En Kamákura.



Textos y fotos: Alberto Serdán, 2007.

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