Diez años
Al Pmosh
Estuvimos formados afuera de Bellas Artes, llegamos muy temprano. Fue una cola larga. Alguien hace tiempo me dijo que nunca había “hecho cola” por alguien. Yo sí, varias veces. Esa fue una más, pero no para una ocasión cualquiera. Se trataba del homenaje a Jaime Sabines.
Lo recuerdo con toda claridad. Sólo una voz dijo: “Con ustedes, Jaime Sabines”. Y comenzaron los aplausos, eternos, suspendidos en el tiempo. Nunca he escuchado otra ovación así.
A Jaime lo conocí ahí. Repartieron una hojita de letras color café con algunos de sus poemas. Esa hoja acompañó mi adolescencia y mi juventud. Con esa hoja consolé mis tardes tristes, intenté enamorar a las mujeres, alegraba mi corazón. Fue “mi amuleto, mi pata de conejo”.
En un escritorio solitario apareció Jaime junto con dos enormes floreros al abrir el telón. Dijo que esos aplausos “lo lastiman a uno” y entonces comenzó con su inconfundible y pausada voz: “Lento, amargo animal que soy, que he sido…” Poco a poco nos fue regalando sus palabras, directas, sencillas.
En las tardes de Prepa jugué al poeta. Todo lo que escribía se parecía a Jaime, no había manera. Así que me dediqué a leerlo y a arrumbar la vocación de poeta en el panteón de las profesiones perdidas. Igual me di tiempo para soltar algunas líneas que aún conservo en papeles amarillentos. Eran muchas, muchas las emociones y muy pocas mis palabras, así que las tomé prestadas de Jaime. Y me llenaron.
Siguió Jaime, “No es que muera de amor, muero de ti, amor, de amor de ti” y jugó con el nombre de la muerte, repitiéndolo como un exorcismo para que los muslos dulcísimos y vivos nos escriban y nos hablen. Y nos habló de los amorosos que cogen el agua y tatúan el humo, lo cual él supone, pues no lo sabe de cierto. Nos susurró de lunas que se toman a cucharadas o como cápsulas cada dos horas. Nos contó de su Tía Chofi y de la cojita del pie derecho y también del corazón.
Jaime llenó mi mundo y así llegué a su nuevo recuento de poemas que leía y releía. El homenaje fue un 30 de marzo de 1996. Jaime moriría tres años después a pesar de su animadversión a los cortejos fúnebres en la ciudad. Son ahora diez años sin su voz, son un poco más de diez los que lo llevo conmigo. Y los aplausos siguieron, estremecedores. Tararí, tuí, tuí.
Lo recuerdo bien, pues estaba a tu lado esa noche. Eramos varios los jóvenes preparatorianos de 17 años que nos reunimos en el majestuoso Palacio de Bellas Artes, que de alguna manera resultó pequeño, para escuchar las palabras del querido Jimmy, como Iván y yo le decíamos de cariño. Tiempo después compré un CD donde el mismo Sabines leía su obra. Muy lejos estaban esas grabaciones de la fuerza, el sentimiento y el entendimiento que podía sentirse en la voz del viejo ese 30 de marzo. El cd palidece en mi colección frente al recuerdo vivo del buen Sabines con todos sus años sintiendo esas poesías como sólo un viejo que ha vivido lo suficiente como para entenderlas a la perfección puede sentirlas y transmitirlas. Salve Sabines, salve esa noche.
ResponderBorrarMe encantó como describiste la vivencia de tenerlo enfrente, casi me pude sentir ahi, la verdad es que su obra ha sido testigo de muchos episodios de mi vida, gracias por compartirlo.
ResponderBorrarUn abrazo lleno de magia
Marian