Y de seguir igual, estaremos con el riesgo de quedarnos con el traje del emperador de manera permanente.
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Nadar sin traje
Denise Dresser
Reforma
27 de julio de 2009
Cuando baja la marea nos enteramos quién no trae puesto el traje de baño, escribe Tom Friedman sobre el poder revelatorio de las crisis económicas. Y vaya que la actual desnuda a México. Un país donde 50.1 millones de personas están oficialmente bajo la línea de la pobreza y 19.5 millones no tienen dinero suficiente para comer. Un país capaz de producir una de las fortunas más grandes del mundo junto con tantos que sobreviven con 707 pesos al mes. Un país que descendió dos lugares más para quedar en el sitio 32 de 48 lugares en el índice global de competitividad. Cada vez más rezagado, cada vez más rebasado, cada vez más aletargado, cada vez más pobre. Nadando sin traje en mar turbulento donde sólo las economías capaces de crecer y competir podrán mantenerse a flote.
Durante décadas el petróleo funcionó como salvavidas. Ocultó la desnudez y tapó los defectos y financió el letargo. México logró nadar de muertito, sin verse obligado a patalear más fuerte o a dar brazadas más rápidas que otros nadadores en el mar de los mercados emergentes. Pero ahora comenzamos a descubrir lo que la bonanza petrolera sumergió: nuestra dependencia de un recurso natural no renovable cuya producción va en picada; nuestra dependencia del mercado estadounidense cuyos consumidores se baten en retirada; nuestra dependencia de las remesas cuyo envío cae mes tras mes. México ha sido incapaz de construir motores internos que desaten el dinamismo económico, alienten la inversión, promuevan el empleo o alcen la marea lo suficiente para que los pobres logren montarse sobre ella.
Y la culpa no es exclusivamente de Felipe Calderón o del Programa Oportunidades o de la política social o de la crisis financiera estadounidense o de la caída en las exportaciones automotrices o del alza en el precio de los alimentos. El problema fundamental está en otra parte. En un modelo que privilegia el mantenimiento del corporativismo por encima del crecimiento económico; que enfatiza la distribución por encima de la innovación; que genera incentivos para el crecimiento de la economía informal en vez de reducir su tamaño; que premia clientelas en lugar de construir ciudadanos. Un esquema post-revolucionario creado para repartir en vez de producir. Un sistema de cotos reservados y monopolios avalados y sindicatos apapachados y mercados distorsionados. Un arreglo a través del cual se subsidia de manera creciente a los pobres pero no se generan condiciones para que dejen de serlo.
Como lo explica el libro editado por Santiago Levy y Michael Walton, No Growth Without Equity? Inequality, Interests and Competition in Mexico, la razón del rezago se halla en la persistencia de intereses que han logrado bloquear cambios que harían más productiva y eficiente a la economía mexicana. En la supervivencia de tiburones hambrientos, acostumbrados a vivir de las rentas petroleras, del gasto público, de la riqueza que el Estado mexicano reparte pero no logra multiplicar. En lo que la frase de un experto del Colegio Mexiquense resume: "Los primeros graduados de Oportunidades entran a un mercado laboral deprimido. Felicidades; están educados, alimentados y no hay trabajo".
Y no hay trabajo porque no hay crecimiento económico. Y no hay crecimiento económico porque no ha sido el objetivo principal para la clase política. Por ello se ahonda la distancia entre México y los demás. Por ello la doceava economía del mundo no ha logrado sacar a una quinta parte de su población de la miseria. Según el último estudio elaborado por el Instituto Mexicano para la Competitividad -México está rezagado 26 por ciento en un sistema de derecho confiable y objetivo; 32 por ciento en el manejo sustentable del medio ambiente; 21 por ciento en la existencia de una sociedad incluyente, preparada y sana; 18 por ciento en cuanto a un sistema político estable y funcional; 22 por ciento en sectores productivos de clase global; 20 por ciento en gobierno eficaz y eficiente; 28 por ciento en sectores económicos es vigorosa competencia. Cifras contundentes. Cifras dolorosas. Cifras innegables que se suman a las reveladas por el INEGI y el Coneval que nos pintan de cuerpo entero, hambrientos, pobres, envejecidos. Cifras de un país que necesita remodelarse con urgencia, transformarse con rapidez, fajarse el traje de baño y nadar con vigor.
Nadar de pecho como lo ha hecho Colombia al promover la reelección legislativa y la rendición de cuentas; nadar de mariposa como lo ha hecho Malasia al convertir la construcción de infraestructura en primera prioridad; nadar de crawl como lo ha hecho Brasil, la economía más pujante de la región por su capacidad de atraer la inversión extranjera; nadar al ritmo de Corea del Sur por el énfasis que ha puesto en la educación y la tecnología de punta. Lo que México ya no puede ni debe hacer es seguir flotando. Seguir perdiendo el tiempo. Seguir ignorando su desnudez. Seguir pensando que no es necesario replantear los fundamentos de su economía. La marea ya bajó y atrapó al país sin traje pero con 5 millones de pobres más.
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