16.5.09

¿Quién mató políticamente a Miguel de la Madrid?

1988: el año que calló el sistema (Debate, 2008) es un libro indispensable para entender lo que ocurrió en las elecciones presidenciales marcadas por el fraude, las irregularidades, las concertasesiones (que ahí iniciaron) y la toma del poder por parte de Carlos Salinas de Gortari. Tales adjetivos no fueron dados y configurados por su autora, Martha Anaya, sino por los propios protagonistas entrevistados para la ocasión.

Tales protagonistas estuvieron en la primera línea de lo que ocurrió en aquel julio de 1988: José Luis Newman, entonces director del Registro Nacional de Electores, Manuel Bartlett, Guillermo Jiménez Morales, José Luis Salas Cacho, Jorge de la Vega Domínguez, Manuel Aguilera, Emilio Gamboa, Oscar de Lassé, Cuauhtémoc Cárdenas, Rosario Ibarra, Porfirio Muñoz Ledo y Miguel de la Madrid.

Es un excelente libro donde el ex presidente De la Madrid confiesa, por ejemplo, que tenía listo al Ejército para utilizarlo contra la población civil y detener cualquier intento de Cárdenas, el candidato opositor, para tomar Palacio Nacional. También confiesa, como lo hizo en sus memorias Cambio de Rumbo (FCE, 2004), que detuvo durante unas horas la difusión de los resultados elección presidencial de 1988 para no dar la impresión de que el ganador era Cuauhtémoc Cárdenas.

Sergio Aguayo, en su comentario sobre esta obra (Reforma, 28/01/09), lo resume así:

La tragedia, para Salinas, es que lo contradicen otros escritos suyos y le corrigen la plana compañeros de su partido. Basándose en cifras oficiales, Salinas insiste en lo holgado de su victoria: adelantó con 20 puntos a Cuauhtémoc Cárdenas, su más cercano seguidor. Lo notable es la manera como recuerdan la elección los priistas entrevistados por Anaya: para Guillermo Jiménez Morales: "fue una elección muy competida"; para Emilio Gamboa: "triunfo muy complicado, muy cerrado"; para Miguel de la Madrid: "elecciones muy reñidas... votación muy cerrada"; y para Salinas: "competencia electoral... cerrada". Hay un divorcio total entre las cifras y el lenguaje [citas tomadas del libro de Martha Anaya].

Los priistas que organizaban la elección riegan con diesel la hoguera de la duda. José Newman Valenzuela: las cifras oficiales "no representan la realidad". Óscar de Lassé coincide en que "los números oficiales no reflejan lo que pasó en las elecciones". Manuel Bartlett añade que en el Colegio Electoral "se consumó todo". La conclusión es evidente: ya no se trata de la izquierda derrotada gritando en la calle su "repudio total, al fraude electoral". Es un pleito entre priistas que, por cierto, no será obstáculo para que compitan unidos en las próximas elecciones federales.


Sirva lo anterior para introducir esta columna que escribió Martha Anaya para Eje Central donde expresa su opinión sobre las recientes declaraciones del ex presidente De la Madrid contra el ex presidente Salinas. Cabe señalar un dato no menor: Martha Anaya fue reportera de la fuente presidencial durante el mandato de Miguel de la Madrid. Sin duda lo conoce y sus reflexiones son relevantes.


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¿Quién mató políticamente a Miguel de la Madrid?
Martha Anaya
Eje Central
15 de mayo de 2009

Si a Carlos Salinas de Gortari le indignó y llenó de dolor los términos y las condiciones en que Carmen Aristegui entrevistó a Miguel de la Madrid Hurtado, a mí lo que me duele y me indigna en su carta, por lo que toca a la forma en que quiere hacer ver el estado de salud de quien fuera no sólo su padre político, sino del hombre que lo llevó contra viento y marea hasta la Presidencia de la República.

No. Miguel de la Madrid no sufre demencia senil, ni desvaría, ni nada que se le parezca. Me consta.

Lo conocí desde que fue Presidente de México. En aquel entonces era un hombre que procuraba darle a su investidura un tono juarista y republicano. Lanzó lo que entonces se llamó “la renovación moral de la sociedad”. No era un hombre carismático ni dado a “seducir” periodistas. Podría decir que era más bien rígido y su actitud durante los sismos del 85 le valieron ser considerado un hombre poco sensible.

La única vez que le vi soltarse a sus anchas, e incluso cantar frente a sus colaboradores, fue durante su última gira como Jefe del Ejecutivo, unos días antes de entregarle la banda presidencial a Carlos Salinas. Fue una gira a su tierra natal, Colima. Esa vez, en el avión me declaró que lo único a lo que aspiraba en adelante era “poder caminar tranquilamente por las calles”, sin que lo maldijeran o lo repudiaran como a sus antecesores.

Meses después nos encontramos en Washington y, a partir de entonces, establecimos un diálogo que se tradujo posteriormente en diversas entrevistas que publiqué en distintos medios. Lo que noté a lo largo del tiempo es que Miguel de la Madrid se soltaba cada vez más. Dejaba asomar con mayor facilidad sus pensamientos y sus emociones. Ser ex presidente le había significado una liberación.

Sus memorias mismas Cambio de Rumbo, publicadas en 2004 por el Fondo de Cultura Económica, son una muestra -en tratándose de un político– de un alto grado de honestidad, sobre todo si se le compara con lo escrito por su sucesor, Carlos Salinas, y aún por su antecesor, José López Portillo.

La última de las entrevistas que le hice para publicar ocurrió hace un año, el viernes 25 de abril del 2008. El tema sería las elecciones de 1988, las de sus sucesor, las de la llamada caída del sistema.

Lo vi en su despacho, en la calle de Parras, en Coyoacán. De pie tras su escritorio, con una pipa diminuta entre los dientes que le llevaba a masticar prácticamente las palabras, De la Madrid respondería con absoluta lucidez cada una de las preguntas. Si en algún momento le planteaba algún dato o versión con los que no concordaba, replicaba inmediatamente. Sus problemas respiratorios en nada afectaban su memoria y su lucidez.

Detrás de sus palabras tampoco encontré entonces intenciones oscuras, por así decirlo. Respondía con franqueza. Daba su versión de acuerdo a lo que sabía, a lo que creía, a su propia verdad. Sus palabras estaban ya despojadas de intereses a los cuales cuidar, de ambiciones a las que el tiempo ya no le otorgaba crédito. Estaba frente a La Historia. Sus palabras se dirigían a ella.

Cuando escuché los pasajes de la entrevista que le hizo Carmen Aristegui hace unas semanas -y que dio a conocer en su noticiero de MVS el pasado día 13–, reconocí a un Miguel de la Madrid muy semejante al de hace un año. Con esa misma intención en su interior: dejar su testamento político para La Historia.

No conozco los detalles que lo llevaron a firmar esa carta de tres párrafos en la que declara se encuentra “convaleciendo de un estado de salud que no me permite procesar adecuadamente diálogos o cuestionamientos” por lo que sus respuestas a la entrevista con Carmen Aristegui “carecen de validez y exactitud”.

Se que tras la difusión de la entrevista acudieron a casa de Miguel de la Madrid varios personajes, entre los que se encontraban Emilio Gamboa y Francisco Rojas. Dos personajes muy cercanos al ex presidente Carlos Salinas de Gortari. Y que del conciliábulo que sostuvieron, salió esa carta que mata políticamente a Miguel de la Madrid.

No sé si De la Madrid decidió suicidarse o lo mataron. Lo que es un hecho es que, tras esa breve misiva, quedan invalidadas sus acusaciones a Carlos Salinas de Gortari de robo, de inmoralidad, de ser cómplice del enriquecimiento ilícito de sus hermanos Enrique y Raúl.

Como responsable de la misiva aparece Federico, uno de los hijos de Miguel de la Madrid. ¿Por qué intervino para ello? ¿Por decisión propia o por presiones externas? ¿Por qué firmó la carta Miguel de la Madrid? ¿Lo amenazaron? ¿Con qué, con quiénes?

Las respuestas a estas preguntas algún día las encontraremos. Pero lo que sí me queda claro es que Miguel de la Madrid ni está loco, ni está senil. Está perfectamente lúcido.

Pero lo más doloroso de esta historia es que lo mataron políticamente hablando. Lo mataron como ser político. Callaron sus palabras para siempre.

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