“Es raro, extraño a las multitudes”. Dice un texto en Facebook.
La ciudad de México vive el tercer día sin su vida cotidiana: escuelas, teatros, cines, cantinas, bares, restaurantes, eventos, torneos, partidos, zoológicos, festivales, todo cerrado, todo lejano. “Cual novela de Saramago” dicen en Messenger.
Las comunicaciones electrónicas son las únicas que nos conectan con el mundo, las que nos impiden volvernos locos en este retiro involuntario.
Sin embargo, esta crisis epidemiológica trae un reto mayor que les quiero compartir. A diferencia de los sismos de septiembre de 1985, hace ya 23 años, en esta ocasión la señora solidaridad y la señora sociedad civil se encuentran agazapadas, arrinconadas, olvidadas.
“El miedo no anda en burro” afirma un dicho de la sabiduría popular. Los estornudos generan un instinto discriminador entre quienes están alrededor de quien por alergia, polvo, comezón, cambio de temperatura o franca gripa, se atreven a estornudar.
La tecnología y los estornudos sirven para ejemplificar que las consecuencias de este fenómeno pueden abonar a la desconfianza, al miedo, a la individualización. “No me toques, no me abraces, no me beses, no me hables, no entres a mi casa, no nos reunamos, no nos veamos”.
Ello ocurre en el microcosmos de una familia, de una colonia, de una ciudad y de un país. Ahora se traslada al mundo. La desconfianza se traduce en suspicacia de quien haya pisado México: Francia, España, Inglaterra, Israel, Nueva Zelanda, Estados Unidos, son los primeros que anuncian contagios entre sus visitantes a nuestro país.
Ahora será un “no me toques” global. ¡Vaya paradoja de la globalización!
Creo, entonces, que hay otra batalla que dar, además la que estamos librando contra la influenza, contra la crisis económica, contra la inseguridad y el narcotráfico, contra la estupidez casi innata de buena parte de nuestra clase política, y es la batalla contra el miedo y la desconfianza. La batalla a favor de la solidaridad.
Los sismos de 1985 en la ciudad de México atestiguaron un despertar de la sociedad civil, un despertar de la solidaridad. Fue un evento que ocurrió en segundos y cuyas consecuencias en el entorno inmediato fueron tangibles tanto para víctimas como para la gente solidaria.
Actualmente no se conocen las consecuencias de esta epidemia. Todo es incertidumbre, no sabemos cuánto durará esto, ni sabemos cómo podemos ayudar a los demás. Toda la información se dirige a cómo cuidarnos con un mensaje útil, médicamente hablando, triste y aberrante socialmente hablando: “evite las multitudes”.
Insisto, una vez pasada la emergencia, una vez garantizada más o menos nuestra salud personal y de nuestra familia, es decir, cuando regresemos a nuestra vida cotidiana, insisto, la siguiente batalla es para recobrar nuestra confianza y solidaridad.
Gracias a Claudia Campero por sus ideas para la preparación de este post.
Fuente: The Guardian, 26 de abril de 2009
Fuente: La Jornada, 26 de abril de 2009
Fuente: The Guardian, 26 de abril de 2009
Me preocupo por la gente, esa gente que no sabe lo que està pasando, que se mueve por los miedos, los rumores, los temores, la ignorancia. Su mundo es trastocado y no ejerce el derecho a la informaciòn veraz, precisa, exacta, convincente. El Gobierno ha disparado una informaciòn que ha desatado un sinumero de declaraciones, observaciones, instrucciones que no son seguidos con eficiencia por la falta de claridad, de enfoque, de razon de ser.
ResponderBorrarQue aprendizaje quedarà una vez pasada la crisis: Un mejor manejo de la comunicación? Un plan estrategico de contingencia sanitaria? Una obtención eficiente de información? Un asesoramiento de expertos en el manejo de situaciones criticas? Una concientizaciòn de la higiene en casas, escuelas, empresas?
Esto pasará no cabe duda, la pregunta es ¿cómo? y ¿cuales serán los costos politicos, economicos y sociales? de algo que se pudo prevenir...
Paty